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LA PLAYA DEL SILENCIO

LA PLAYA DEL SILENCIO

 

Probablemente sea la playa más bella de todo el occidente, y aún a pesar de su belleza se conserva intacta a la presión turística.

Espectaculares islotes de diferentes tamaños la cierran por sus márgenes.
Próxima al pueblo de Castañeras, entre Soto de Luiña y Novellana e incluida dentro del Paisaje Protegido de la Costa Occidental.

Aquí no hay clima, sino muestras. Llueve fuerte. Escampa. Luce el sol. Todo ello en menos de una hora. Playa del Silencio, cuya ubicación la protege del bullicio. Playa del Silencio que acoge viajeros más que turistas. Adentrada muy cerca del nacimiento de la costa occidental de Asturias. Se diría que la montaña quiere invadir la arena, que la vegetación que en ella se encarama ambiciona cubrir la poca superficie arenosa que tiene a sus pies. El agua salada pela las rocas que en ella se adentran de cualquier verdor.

Ayer, Domingo 21 de Enero, tras haber visitado la Concha de Artedo, tras haberme detenido en el Faro Vidío, llegué de nuevo a sus aguas con el afán de sacar unas buenas fotografías, y como muestra un botón.

Desde la playa del Silencio, se avistan barcos a lo lejos. Y estas playas cercanas a Cudillero son a las costas lo que los pequeños valles al conjunto de Asturias. Cuando Ortega nos visitó a principios del siglo XX, dejó escrito que somos al mismo tiempo cada valle y la suma de todos ellos. Cada una de estas playas, singularmente ésta que describo, es una conmovedora metáfora de lo que es Asturias. Propende al aislamiento, emparedada pos sus acantilados que la estrechan. Es en esto que digo donde radica su principal encanto. Islotes de un archipiélago escarpado, donde el resto del mundo siempre queda lejos.

Creo que aquí no hay lugar para el discurso político, no tienen cabida esos ecos intrusos que, sin embargo, lo invaden todo. No, la playa del Silencio nos espera. Ella es el guante y nosotros la mano cuando llegamos aquí en busca de la soledad tan necesaria para detener ritmos trepidantes, angustias que nos cercenan. Para atraer hacia nosotros el sueño que vamos arañando. Para oír en medio del oleaje la voz que venimos buscando y que nos rescata. Es el amparo perfecto para aquello que continuamente nos vemos impelidos a preservar. Y aquí, en esta playa, no hacen falta algodones para proteger la parte de nosotros mismos a la vez más valiosa y más frágil.

En algún sitio escribió Cervantes que siempre es preferible el camino a la posada. Lo increíble del caso es que en esta playa encontramos lo más equidistante entre camino y posada. Se diría que nos detenemos en un lugar de la andadura donde el paisaje nos inunda de belleza y sosiego, donde nos encontramos a salvo de las contingencias cotidianas. No es parada y fonda la playa del Silencio. Es parada y refrigerio. Es alto en el camino. Es el paréntesis que se nos abre, como un islote sin antes ni después, como la isla que se conquista, según dejó escrito Pedro Salinas en uno de sus poemas más logrados.

Desde la playa del Silencio, insisto, nos encontramos con una de las metáforas más perfectas que pueden definir el singular encantamiento de Asturias. Una playa pequeña que se esconde para acoger a los que se sienten fugitivos de la cotidianidad. Una playa pequeña con la que se topa todo aquel que consigue abrir un paréntesis en la lucha del día a día. Una playa pequeña que es un respiro para el peregrinaje por el occidente astur desde su vertiente costera tan nuestra.

Sus rocas se vuelven espejo del misántropo que hay en nosotros y al que muy frecuentemente necesitamos encontrar. Y liberar. Porque su hallazgo nos hace libres. Nos pone alas. Alas que encuentran su energía en estas olas. En estas olas de la playa del Silencio.

1 comentario

Su -

A mí las playas más bonitas me parecen las de llanes, pero quizás influya el hecho de que el mejor verano de mi vida lo bañasen ellas :-)